martes, 27 de abril de 2010

Pastillita para el Alma, COMANDO SILENCIO


Pastillita para el alma: 02 – 04 – 2010

Cuando se peca de falsa modestia. Cuando las cosas no se dicen y no son de conocimiento de todos, estos acontecimientos muchas veces se ponen en duda, parecen mentira y ciertas actividades en las que se ha intervenido, poniendo inclusive en riesgo nuestra vida, aparecen como actos banales, creados por nuestra imaginación.

Por eso es que me atrevo a escribir esta crónica, en donde jugó un papel importante el Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Perú y de cuya acción nunca se ha hecho mención, ni por las autoridades de la Institución, ni tampoco por los miembros de las Fuerzas Armadas, que estuvieron involucradas.

Con la misma humildad y modestia que ejecuto todos los actos de mi vida, pero con la incomodidad de hablar de algo que viví en carne propia y que muy pocos lo saben, vuelco en el papel los momentos en que la piel, aún de los más valientes, se los pone como carne de gallina por el miedo ante la proximidad de la muerte.

El 17 de diciembre de 1996 más de 700 personas, entre ellas políticos y altas autoridades del País celebraban en la residencia del Embajador del Japón el 63 aniversario del natalicio del Emperador japonés Akihito y de repente el ambiente de fiesta cambió por uno más funesto a las 22 y 23 horas cuando un explosivo dejó un forado en la pared de la residencia por el cual ingresaron 14 emerretistas fuertemente armados, miembros del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), organización terrorista peruana que durante sus años de mayor acción cobró la vida de más de 1247 víctimas y que solamente el nombrarlos causaba pánico nacional por los métodos que usaban.

Los catorce terroristas a punta de golpes y gritos lograron ejercer el control en el ambiente de la residencia, seleccionando a las personas públicas más importantes y dejando en libertad esa misma noche a las mujeres y personas mayores, quedando un total de 72 personas como rehenes a las que les privaron de su libertad por 126 días.

Pasaban los meses y no solo el País sino también el mundo entero podían sintonizar a través de sus televisores la misma imagen día tras día, la fachada de una residencia con sus ventanas cubiertas por telas negras en las que de ves en ves, aparecía la figura de un terrorista y daba la impresión de que no había mayor acción, sin embargo se estaba librando una de las batallas de estrategia más grandes de la historia peruana. El líder del MRTA, Néstor Cerpa Cartolín, que había planeado y dirigido este cruento secuestro era para demandar a cambio de la libertad de los rehenes la liberación de 465 terroristas encarcelados.

Dura prueba para el Gobierno Peruano en que tenía que poner en la balanza la vida de los 72 rehenes y cumplir con la petición de los terroristas trayendo abajo el concepto de autoridad y aumentar el clima de inseguridad total, por lo que se creo el Operativo Chavín de Huantar, que consistía en la construcción de túneles de abordaje por debajo de la residencia tomando como modelo el Complejo Arquitectónico Chavín de Huantar de Ancash y la destreza de obreros provenientes de nuestras minas de minerales y el profesionalismo de nuestros soldados de las Fuerzas Armadas y Policiales en el teatro de operaciones y la tensa espera durante todo ese tiempo de los Caballeros del Fuego que cubrimos servicio en las inmediaciones escuchando los himnos y arengas por los altos parlantes, que después entendimos cual era su objetivo.

Las calles y avenidas aledañas a la casa del Embajador durante toda esa temporada estaban atestadas de curiosos, de gente de prensa, tanto locales como extranjeros con sus cámaras de televisión, máquinas fotográficas y equipos de sonido, pero ese día en particular la presencia de los reporteros y la gran cantidad de miembros de la Policía Nacional y miembros de las FF AA era abrumadora, con sus carros que exhibían sus luces de peligro, al igual que las ambulancias, unidades médicas, las motobombas y los carros de rescate de nosotros, los bomberos.

Eran más o menos las tres de la tarde de aquel día aciago del 22 de abril de 1997 que ha quedado registrado en las páginas de la historia, como una de las tareas más significativas y eficaces que han realizado los miembros de las Fuerzas Armadas de nuestra Patria, con la liberación de los rehenes en la residencia del Embajador del Japón. Acción solo comparable por su eficiencia y resultados a lo que hicieron los comandos israelitas allá en el Medio Oriente, claro que ellos con mejor armamento y talvez con mas tiempo de preparación.

Habían cordones de seguridad que impedían que los civiles se acerquen a la zona de peligro, a donde estaba solo permitido a muy pocas personas autorizadas, dentro de los cuales figurábamos algunos bomberos, al mando de nuestro Comandante General que llegábamos hasta la puerta posterior por donde se había hecho la incursión y era el acceso directo a los túneles que comunicaban con la parte central de la residencia.

El traquetear de las balas, el humo de la pólvora, la tensión de todos los que estábamos fuera del teatro de operaciones, que se reflejaba en el sudor de nuestras manos, nuestra mirada incierta, la palidez de nuestros rostros, las pequeñas frases entrecortadas esperando con ansiedad el momento en que teníamos que ingresar, posiblemente para controlar los incendios o rescatar a los heridos, tal como esperábamos, que así sea y era la razón de nuestra presencia en el lugar, durante los mas de cuatro meses y medio que duró el cautiverio.

De pronto una exclamación pidiendo ayuda procedente del interior de la casa, con la puerta entre abierta, en la voz de un militar con su uniforme camuflado que gritaba

¡Que ingrese un médico, que ingrese un médico!

El pedido de auxilio llega a nuestros oídos. Dos éramos los médicos, con nuestros uniformes rojos y nuestros maletines de urgencia. Nos miramos un momento y la decisión tenía que darse de inmediato. Total el otro era mucho más joven y tenía toda una vida por delante. Miré al cielo y entendí que no había tiempo que perder.

Traspasé el umbral, había humo y sobre todo terror en el ambiente. Una mano fuerte me tiró al suelo y me ordenaron que tenía que rampar, no recuerdo cuántos metros, pero de pronto la figura de una persona alta, de cuerpo atlético, con sus prendas militares manchadas con sangre, aparece recostado en el suelo, gritando, pienso, más de rabia que de dolor, junto a una mesa con papeles y planos, brújulas y aparatos que no identificaba. Era un hombre valiente, que ha vencido el miedo al enemigo común y corriente en el campo de batalla, pero que como todo ser humano mira con respeto al adversario invencible que se aproxima que es la muerte y de su garganta salen improperios:

“Apúrate carajo. Córtame la sangre, concha tu madre”.

Bruscamente salgo de mi asombro. Como que despierto de la pesadilla que estoy viviendo y sin vacilar asumo mi condición de Médico Bombero de Emergencias en que tantas veces he estado a prueba y sin vacilar, ante la mirada perpleja de los pocos hombres presentes, arrojo al suelo todos los papeles, instrumentos y equipos que estaban sobre la mesa y con la misma entonación de voz en que recibí el carajo y la mentada de madre, le ordeno:

“Sube a la mesa y recuéstate, carajo, y no te muevas”.

Tendido en la mesa, el hombre tenía el pantalón remangado hasta la raíz del muslo, con una cuerda que actuaba a manera de torniquete sin cumplir con su objetivo de controlar el sangrado de una herida de más o menos 20 cms. con pérdida de sustancia y exposición de masa muscular, a nivel del tercio distal del muslo en su cara anterior, por donde manaba la sangre en forma abundante. Rápidamente me calcé los guantes y con torundas de yodopovidona procedí a realizar la asepsia de la zona cruenta luego a anestesiar con xilocaina y tratar de controlar el lecho sangrante con puntos de hemostasia. No era cuestión de perder tiempo, afronté la piel con nylon y puse un apósito y un vendaje compresivo. El paciente en la misma posición de decúbito dorsal me presentaba una de sus manos también herida y sangrante, no recuerdo cual era, al igual que no recuerdo cual muslo y con la misma celeridad procedí a cerrar los lechos cruentos, cubrir con apósitos y vendajes compresivos.

Este incidente, que cientos de veces lo he realizado en otros lugares y otras circunstancias, tal vez no tendría ninguna importancia, al no ser por el hecho de la actitud del herido que arrancándose de su pecho el “parche de identificación de Comando” lo colocó en mi uniforme de bombero, dándome un fuerte abrazo y diciéndome:

“TU ERES UN VERDADERO COMANDO, COMANDO SILENCIO”

El tiempo que transcurrió en este acto médico de emergencia, no lo puedo determinar, pero el carro que iba a transportar a los rehenes hacia las clínicas y hospitales, todavía no había partido y me dio oportunidad de saludar a un rehén que era mi paisano e inclusive ver al Presidente de la República que se iba al Policlínico Peruano Japonés, a donde también me dirigí en compañía de otros compañeros bomberos, para ser uno más entre los testigos de la alegría de los liberados.

Este acto heroico cobró la vida de dos comandos, un rehén y los catorce terroristas y hubo varios heridos atendidos en los diferentes hospitales y clínicas. Lamentables las vidas que se perdieron, unas bien encaminadas las otras talvez descarriadas, pero vidas humanas al fin que dejan familias en la orfandad y de cuyas acciones solo Dios puede juzgar, como Juez Supremo, que todo lo sabe y todo lo ve.

En fin:

“Esta crónica es para ti, soldado desconocido. No conozco tu nombre. No se la forma ni el color de tu cara, pues estaba pintada con el maquillaje de guerra, pero aún así veía el valor de tu mirada penetrante y decidida y sobre todo la hidalguía de recibir la ayuda de un hermano que te extiende una mano, porque ambos estábamos en la misma batalla, aunque en distintos frentes. Tú y yo peleando por el mismo ideal de conseguir la Paz entre los Peruanos.

Finales distintos a ese espectáculo que protagonizamos juntos y que no he podido comprobar ya que nadie lo refiere. Será tal vez, por que tus Reglamentos lo prohíben o por ser tan insignificante, nadie lo da importancia, pero al haber transcurrido tanto tiempo en el que el destino nos puso frente a frente y donde ninguno de los dos hemos podido encontrarnos, me inquieta saber que te ha deparado la vida en tu labor profesional.

“Quizás, Tú posiblemente ahora estarás enjuiciado y seguirás peleando en la guerra de la incomprensión humana, en cambio Yo, en mis cuarteles de invierno, continúo todavía en la brega, al lado de mis pacientes y mostrando orgulloso el parche de comando que en un acto de benevolencia, que no olvidaré jamás, pusiste en mi pecho”.

Este parche de identificación que lo guardo en un lugar preferencial en mi domicilio es el mudo y solitario testigo de tu valor de soldado y de hombre ante el dolor humano y también del momento insignificante que me tocó servir a mi Patria, prestándote ayuda.

Que este relato sean los créditos, para ti y para mí, de ese inmensurable operativo de rescate de rehenes que se llevó a cabo el 22 de abril de 1997 y que nos recuerde que todo momento memorable existe, por la comunión de pequeños actos, todos igual de imprescindibles e importantes para el resultado final. En este caso los de un aguerrido Comando y un modesto Médico Bombero.

Jorge Reina Noriega

Cirujano Plástico

“AYÚDAME A AYUDAR”

reynor@terra.com.pe

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